
El Héroe Socialista
Hay gente que odia el mercado. Pero sobretodo, hay gente que también quiere que tu odies al mercado.
Y claro, puedes odiar objetos inanimados (la sempiterna impresora de la oficina que nunca funciona) e incluso aquellos que son abstractos (el maldito trancón en el que estás metida), pero si realmente lo que quieres es despertar las pasiones más intensas, no hay nada como dotar de forma humana aquello que es tu enemigo.
Tal vez por eso, aquellos cuya causa consiste en abolir el status quo tienen una predilección por antropomorfizar al mercado y retratarlo como si fuera un dios inmundo, mitad humano, mitad demonio, que se entrega por la eternidad a los más terribles de los pecados.
Aquí te recomiendo leer mi primera entrada sobre este tema: El Mercado como Villano.
Así pues, el mercado se convierte en un ser irracional, caótico, derrochador, hambriento, cobarde, injusto, salvaje, caprichoso, indolente, glotón, desaforado, pervertido, colonizador, deshumanizador.
El mercado es como una celebridad, algo estúpida y superficial: ¿De qué otra manera se puede explicar que existan todos esos inútiles gadgets, esos artículos de moda innecesario? El “selfie-stick” y las zapatillas deportivas de colores fosforescentes son el culmen de su creación.
El mercado es como un “dealer” de drogas, que nos tiene adictos a un sinfín de productos que no necesitamos: ¿De qué otra manera se puede explicar el consumismo ciego que ha arrastrado a nuestro planeta a la catástrofe? No por nada se hizo viral durante el comienzo de la pandemia del Covid el tweet aquel que decía “Es gracioso ver como la economía está a punto de colapsar porque la gente solo está comprando lo que necesita”.
El mercado es como un niño mimado, que arma rabietas y rompe todos sus juguetes sin ninguna explicación: ¿Cómo más podemos entender las burbujas económicas que son seguidas por las calamitosas crisis financieras? Si alguien pudiera tener algo de control sobre el mocoso aquel seguramente millones de personas no sufrirían cada vez que la bolsa tiene una de sus recurrentes y estruendosas caídas.
Pero si el mercado es el villano, ¿quién es el héroe?
Producir lo que se necesita, no lo que da dinero
Muchos se complacerán con el ingenio de estas caricaturas del mercado, y que puedes encontrar fácilmente en libros y periódicos allegados a la causa socialista. Sin embargo, creo que esta forma de demonización también ayuda a ocultar el núcleo fundamental de lo que el mercado es, y lo que sus opositores deberían construir para reemplazarlo.
El mercado no es un humano ni un demonio. El mercado es una tecnología.
No todas las tecnologías están hechas de silicio, algunas de ellas se ensamblan con complejos procesos sociales. El mercado es un ejemplo perfecto de esta forma de tecnología social.
El mercado como tecnología busca determinar a quién le corresponde qué. Entender los mecanismos internos de esta maquinaria es un tema extenso y fascinante, y sobre el cual estoy empezando a escribir en este blog. En mi entrada anterior, por ejemplo, escribí sobre Ludwig von Mises, un economista austriaco que hace cien años hizo algunas observaciones pertinentes sobre el funcionamiento del mercado – aunque haciendo esto cometió el error de pensar que estas implicaban la imposibilidad del socialismo.
Aquí te recomiendo leer mi entrada anterior: El Socialismo No Es Imposible
La alternativa al capitalismo que ha capturado con mayor entusiasmo las mentes y los corazones de millones de personas a lo largo de todo el planeta ha sido el socialismo. Existen innumerables variaciones del socialismo, pero lo que tienen todas en común es una expectativa sobre los derechos de propiedad de los bienes de producción. Los recursos naturales, las maquinarias, los materiales, las fábricas: En el plan socialista, todos ellos deben liberarse de manos privadas y socializarse, es decir, volverse propiedad de todos por igual.
Los socialistas justifican la apropiación de la propiedad privada más que todo con argumentos morales, aduciendo que esta estructura socioeconómica fomenta la desigualdad, la injusticia y la explotación. Pero también señalan un elemento práctico. Según ellos, la socialización puede expiar los muchos pecados que trae consigo el mercado – su irracionalidad, su despilfarro, su inclinación por producir productos irrelevantes o incluso letales para humanos y para el planeta.
Una manera un poco burda de separar al capitalismo del socialismo es respondiendo la pregunta ¿Por qué la sociedad produce lo que produce? Para los capitalistas la posibilidad (o mejor, la intención) de lucrarse mueve los engranajes de la economía y es la razón última de por qué una empresaria termina produciendo lo que produce: Simplemente porque se le permite quedar con una ganancia al final del día.
En el socialismo, en cambio, se produce aquello que se necesita. La economía está guiada ex-ante, de tal forma que si lo que se necesita es ropa digna para toda la población, comida nutritiva para los niños, o vacunas para combatir una enfermedad, todas ellas van a ser producidas sin estar sujetas a las vicisitudes de que alguien pueda o no encontrar la manera de hacer dinero a partir de estas.
¡Que mensaje tan lleno de esperanza y buenas intenciones!
Dile adiós al avance torpe de la destrucción creativa.
Dile adiós a la producción de químicos que envenena los campos, las comidas chatarra que han vuelto de la obesidad una pandemia mundial, y las fuentes de energía que contaminan nuestra atmósfera.
Dile adiós a la escasez de medicamentos que no dan plata, o de servicios que dan un mínimo de dignidad a los más pobres pero que nadie quiera dar.
Aboliéndose la propiedad privada todos los bienes de producción quedan en manos de la comunidad, y lo único que necesitamos ahora es de alguien que pueda organizar todo esto, de manera racional y óptima.
¿Hay algún voluntario que nos pueda ayudar con eso?
¡Oh! Y ahora ¿Quién podrá defendernos?
Entra el planeador central socialista.
Nos lo imaginamos como una oficina gubernamental en la que trabajan miles de personas, con la preparación técnica y humana para entender todas las necesidades de toda la población en todas partes de la geografía. Desde esta oficina, hay una visibilidad global de los problemas y los recursos de los que se dispone para resolverlos. La oficina de planeación socialista está en el centro de toda la maquinaria gubernamental, produciendo los bienes y servicios que el pueblo demanda o incluso, aquellos que el pueblo desea.
Quién este leyendo estas palabras, ¿se aventura a sugerir cuál es la magnitud de esta operación? ¿Qué recursos debe tener? ¿Qué principios debe seguir? Los gerentes de proyecto, las ingenieras, y los administradores que me leen ¿pueden dar un estimado del nivel de complejidad asociada a la producción de los trillones de bienes que se producen cada año, digamos, en Estados Unidos, Reino Unido o Colombia? ¿Y luego de su distribución? Las cifras son alucinantes, pero tendremos que cubrir algo de terreno antes de llegar allá, ya que necesitaremos comprender primero cómo es que el mercado resuelve esos problemas de producción y distribución.
Es bien sabido que Marx fue bastante preciso en su crítica al capitalismo, pero que a la hora de proponer soluciones concretas fue algo vago y dejo esto como ejercicio para el lector. Cuando los bolcheviques se hicieron con el poder tras la Revolución Rusa de 1917, se encontraron con la sorpresa de que no había un manual escrito de cómo crear una oficina centralizada que pudiera cumplir los sueños socialistas de producción racionalizada.
Y los socialistas en la Unión Soviética hicieron, supongo, lo mejor que pudieron con los recursos y tecnología que existía en esa época, y establecieron el famoso “Gosplan”, abreviatura de “Gosudárstvenny Komitet po Planírovaniyu”, o en español “Comité Estatal de Planificación” (los soviéticos siempre supieron encontrar nombres inspiradores). Y desde el Gosplan se elaboraban los planes quinquenales, y desde el Gosplan se decidía que maquinarias, y qué carros, y qué ropa se iba a producir, y desde el Gosplan se decidía como se distribuía todo esto a Leningrado, a Nizhny Novgorod, o Novosibirsk.
Ha pasado el tiempo, la Unión Soviética ya no existe, y en retrospectiva podemos juzgar cómo le fue a esta oficina soviética. Y para ponerlo en palabras moderadas, podemos decir que el Gosplan no fue tremendamente exitoso. Es verdad que logró mantener la economía soviética por décadas – e incluso logró tener una corta era dorada durante la era de Nikita Jrushchov – pero jamás estuvo cerca de cumplir la promesa de que la planeación central lograría ser superior al mercado. Los ejemplos de otras oficinas de planeación central que han habido en muchas de las naciones socialistas tampoco han sido inspiradores.
Sin embargo, en línea con lo que escribí en mi entrada “El Socialismo No Es Imposible”, no podemos descartar que algún día se pueda crear tal aparato estatal, uno que, siendo dueño de todos los medios de producción, logre alcanzar de manera exitosa y sostenible la promesa aquella de producir bienes en abundancia para todos.
La discusión sobre la agenda socialista está capturada por intenciones políticas. La izquierda y la derecha están obsesionadas discutiendo sobre la conveniencia o dificultad que tiene este modelo económico para generar igualdad, libertad o estabilidad.
Pero mucho más apremiante es resolver la cuestión técnica. ¿De qué sirve hacer todas las promesas del sueño socialista si la complejidad que se requiere para lograrlo supera las capacidades que se pueden lograr desde un sistema centralizado sin mercados o dinero?
El mercado es un computador gigantesco, distribuido en paralelo, casi totalmente descentralizado. Quienes abogan por destruirlo tienen que proponer un computador alternativo, así de simple. No digo que no se pueda construir, y son muchos los académicos que han trabajado en este difícil problema – llegaremos a ellos en algún momento en este blog. Pero que no quepa la menor duda de que estamos hablando de una tarea titánica, una cuya complejidad técnica no se puede ignorar.
Los partidos de izquierda de hoy en día, que dicen ser serios con la agenda socialista, nos aseguran que vamos a viajar a la luna, al sol, y a las estrellas. Pero algo me hace pensar que ninguno de ellos se ha enterado que necesitamos primero construir un cohete.