El Acuerdo de “Paz” que no trae la Paz

En Colombia, la palabra “paz” ha sido degradada hasta convertirse en un algodón de azúcar, ligero, colorido y dulzarrón. Su significado se ha evaporado hasta dejar el término convertido en un amasijo de filamentos, al que todos nos hemos vuelto adictos, pero que consumimos sin reflexionar por un instante si lo que tenemos entre las manos es el sustantivo genuino, o tan solo un producto adulterado.

Esta es la continuación de mi entrada anterior: Predecir la Tragedia: Pronósticos de la Violencia en Colombia.

Y es que en los últimos tres años hemos firmado un acuerdo de paz, tuvimos un referendo por la paz, hubo marchas por la paz, y un presidente ganó el Nobel de la Paz. Han habido amigos de la paz y enemigos de la paz. Los periódicos, y sus editoriales, hablaban de lo cerca que estaba la paz a nuestro alcance, y hay libros en los que nos cuentan como se fraguó la paz. Ahora hablamos de que la paz se nos fue.

En medio de este bullicio, son pocos los que se toman la molestia de explicar qué es lo que entienden por el bendito término, y cuando lo hacen, cae uno en cuenta de que, tal vez, todos estamos hablando de cosas diferentes. Para algunos, la palabra paz es el antónimo de conflicto, o el revés de la guerra. Para otros, la paz es sinónimo del acuerdo con las Farc, y ambos términos son usados indistintamente. Para otros más, la paz es un concepto abstracto, imposible de precisar, pero que definitivamente es la causa (o la consecuencia – esto no se entiende muy bien), de la justicia, o la igualdad, o la educación; y es el comienzo (o el final – esto tampoco está muy claro) de la lucha contra la pobreza, o la desigualdad, o la corrupción.

A mi todo esto me resulta asombroso. La única explicación que se me ocurre, de por qué no somos capaces de reconocer la diferencia entre lo que es la paz y lo que no lo es, es que no queda ninguna persona viva en Colombia que pueda recordar como era el país antes de tener niveles estúpidamente altos de homicidios, desapariciones y desplazamientos.

La paz es la ausencia de violencia. Cualquier otra forma de caracterizarla resulta incompleta o equivocada. La pobreza, la desigualdad o la corrupción, son problemas en si mismos que puede que tengan influencia o no en la violencia, pero la ausencia de cualquiera de ellas, o de todas, no implica la paz. Las únicas métricas directas que determinan si estamos en paz o no son precisamente aquellas que miden los niveles de violencia. Quienes las ignoran, y le dan vueltas y vueltas al asunto con sofismas estridentes, no buscan resolver el problema más trágico de Colombia, sino solo quieren que compremos más de ese sabroso algodón de azúcar.

La paz según Santos

El mensaje con el que se vendió el acuerdo de 2016 entre el gobierno y las Farc no era ambiguo: El acuerdo era el catalizador de la paz en Colombia. A renglón seguido se recordaba la historia de una horrible guerra entre dos partes, los rebeldes de las Farc y el gobierno Colombiano, quienes habían estado atascados en un conflicto armado que llevaba más de cinco décadas, y que había dejado 250 mil muertos. Se remataba diciendo que con el acuerdo, las Farc deponían sus armas, cambiaban “las balas por los votos”, y se reincorporaban a la sociedad civil. Tal vez en algún pie de página se aclaraba que los paramilitares, y los narcos, y otras guerrillas también habían sido parte del dolor de cabeza. En algún otro, también se aclaraba que nada de esto iba a salir gratis.

El alcance que tenía el acuerdo con las Farc no era ambiguo en aquel entonces, y no es ambiguo hoy en día. En su momento, el acuerdo fue elogiado por estudiosos de temas de conflictos, como el profesor John Paul Lederach, del Instituto Kroc de Estudios Internacionales para la Paz de la Universidad de Notre Dame, quien lo describió como “una de las más promisorias plataformas para asegurar una paz sostenible”. Y hace tan solo algunos días, Javier Moreno, el antiguo director del diario español El País, escribía en su artículo “Dreyfus en Colombia” que “el texto [del acuerdo entre el gobierno y las Farc] describe de forma prolija los instrumentos y compromisos para sacar a Colombia de casi un siglo de violencia”. Estas no son palabras menores.

Sin embargo, que no hubiera ambiguedad en el mensaje no signfica que este no viniera con letra menuda, como queda claro cuando uno lee las memorias del ex-presidente Juan Manuel Santos, “La Batalla por la Paz”, publicadas en Marzo de este año. En su libro de casi 600 páginas, el Sr Santos logra usar 900 veces la palabra “paz” sin contarnos una sola vez que es lo que él entiende por esta, pero afortunadamente hay algunos párrafos con los que uno puede vislumbrar finalmente qué era lo que pretendía con todo este asunto del acuerdo.

Por ejemplo, el Sr Santos aclara que no se pretendía eliminar todas las violencias sino un tipo especial de violencia. Dice en la página 308: “[N]os propusimos un objetivo más amplio: no solo terminar el conflicto con las Farc sino el ciclo de violencia interna, con fundamentos ideológicos o políticos, que sufríamos en Colombia desde por lo menos 1948”. Este tipo de violencia fue, por supuesto, la que dominó el país durante décadas, particularmente en la segunda mitad de los 90 y toda la década de los 2000. Pero se pregunta uno, ¿era ese el tipo de violencia que dominaba a Colombia cuando se estaba negociando el acuerdo?

Más revelador es cuando afirma, en la página 366, que “[l]a terminación del conflicto con las Farc es un paso hacia la paz en Colombia, pero no es la paz en si misma”, haciendo eco a lo que dijo el negociador del acuerdo, Humberto De La Calle, cuando comenzó la fase pública de los diálogos: “¿Es esa la paz? No, no todavía. Somos conscientes de eso. La terminación del conflicto armado es la antesala a la paz”.

Definitivamente, convocar un Referendo por la Antesala a la Paz, o escribir un libro llamado “La Batalla por la Antesala a la Paz”, hubiera sido menos seductor, aunque si mucho más preciso. Pero lo que uno quiere saber realmente, que es cómo se trasciende dicha antesala, se resuelve en el libro a último momento, en tan solo un párrafo.

Deus ex Machina para Colombia

La penúltima sección del último capítulo del libro del Sr Santos, encierra la clave de todo esto. Su título “La paz con las Farc no es el fin de la violencia” ya presagia lo peor:

“Muchos se desilusionan al constatar que, a pesar del acuerdo logrado con las Farc, la violencia continúa en algunas zonas del país. Siempre lo supimos y así lo dijimos: el fin del conflicto con las Farc era un paso indispensable para la paz del país, pero no era la paz total. Se acabó y se desarmó la más antigua y más fuerte guerrilla del continente americano, pero subsisten focos de violencia generados por organizaciones criminales al servicio del narcotráfico algunos desertores de las Farc que no se acogieron al proceso, a quienes no puede considerarse guerrilleros sino simples narcotraficantes, y la guerrilla – mucho más pequeña y focalizada – del ELN […] El Gobierno, la Fiscalía y la fuerza pública deben volcar todos sus esfuerzos para poner fin a este desangre y llevar la justicia a los responsables.”

Y entonces, volvemos al comienzo. Porque la absurda violencia que ha cargado Colombia en la última década no ha sido monopolio de las Farc, sino de un sinfin de actores, que forman parte del crimen organizado, pero que lograron atomizar la guerra. Esta observación, de que el llamado “conflicto” no era la principal fuente de violencia, ya era evidente para muchos incluso durante la fase de dialogos, pero una que me tomó tiempo en entender. Echando los números, uno ya se daba cuenta hace tres años que con acuerdo o sin acuerdo, las cosas no iban a cambiar, los “focos de violencia” no iban a desaparecer sino que se iban a ir reacomodando, y la tragedia iba a continuar.

No es un asunto de querer o no que las Farc se desmovilizaran, o que les dieran o no beneficios, sino simplemente que las sumas y restas de todo el impacto que pudiera tener el acuerdo no daba ni para comenzar a hablar de la antesala a la paz. Parafraseando a David MacKay: Siempre he estado a favor de la paz, pero nunca he estado en contra de la aritmética.

Para el Sr Santos, lo que queda después de la desmovilización de las Farc es simplemente un residuo más bien irrelevante, un “reducto de bandas criminales al servicio del narcotráfico [que] están siendo perseguidas como tales”. Y como tales, estas llevan una década ya aterrorizando al país, asesinado a líderes sociales y empujando al país a otra vuelta en esta espiral de horror que no tiene fin.

Esta es la tercera entrada en mi serie sobre Violencia en Colombia:

  1. La semilla de la duda: El impacto del acuerdo con las FARC en la violencia de Colombia.
  2. Predecir la Tragedia: Pronósticos de la Violencia en Colombia

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