
El Socialismo No Es Imposible
La guerra entre Capitalismo y Socialismo se luchó a sangre y fuego en las calles de Budapest y de Santiago de Chile, en las selvas de Angola y de Vietnam. Y, sin embargo, las balas no fueron la única munición usada en este, el conflicto que definió el Siglo XX, y que de cierta manera permanece sin resolver. Desde los escritorios de académicos e intelectuales en todas partes del mundo se disputó una feroz batalla por la supremacía ideológica que da fundamento a ambos sistemas económicos. En 1920, Ludwig von Mises, en ese entonces profesor de la Universidad de Viena, escaló el conflicto a niveles estratosféricos cuando postuló en su ensayo, “El Cálculo Económico en la Comunidad Socialista”, que había una imposibilidad insalvable en el corazón del plan socialista.
Lo que vino a partir de ahí fue una confrontación intelectual llamada el “Debate sobre el Cálculo Económico Socialista”, que se extendió por décadas y en la que participaron muchas de las estrellas del pensamiento económico del siglo pasado. El Debate es un episodio fascinante, del que uno puede aprender muchas lecciones de cómo funcionan los mercados o de cómo en principio deberían funcionar las economías socialistas. Pero después de la caída del Muro de Berlín, los temas relacionados al Debate se fueron desvaneciendo, el mundo parecía haber entrado en un tiempo en el que tales ideas resultaban irrelevantes cuando el Capitalismo presumía erigirse como el gran vencedor. Obviamente, esta lectura es incorrecta.
Los ideales del socialismo han seguido vivos durante las últimas tres décadas, no solo como constructo teórico sino también como una nueva realidad política para millones de personas. Por ejemplo, en Latinoamérica, el Socialismo del Siglo XXI que impulsó Chavez desde Venezuela se convirtió en el marco de referencia para los planes de gobierno de la izquierda o la derecha, que se posicionaban como seguidores o contradictores de aquel plan. La intención del Socialismo del Siglo XXI de convertirse en un fenómeno panregional se ha desvanecido, pero a nivel local, la cuestión de si el próximo presidente será socialista o no sigue siendo de máxima importancia para los Latinoamericanos.
Desde la Gran Crisis Financiera de 2008 son muchos quienes han vuelto a plantear en Estados Unidos y en Europa si tal vez se le debería dar otra oportunidad al socialismo, una inquietud que estoy seguro va a exacerbar las secuelas que deje la pandemia del Covid durante la próxima década. La conversación sobre el Socialismo esta pues lejos de terminar, y haríamos bien en no olvidar las lecciones que dejó el Debate sobre el Cálculo Económico.
Leyendo a Mises
“El Cálculo Económico en la Comunidad Socialista” es un ensayo de unas treinta páginas que puede leerse sin muchos prerrequisitos, aunque si con algo de paciencia. El lenguaje es algo ambiguo y no se desarrollan las ideas con claridad. Sin embargo, lo que resulta más frustrante de leerlo es darse cuenta que Mises, aunque propone en el una serie de planteamientos que son realmente importantes, cae en la trampa de la vanidad al creer que estos son mucho más letales de lo que verdaderamente son.
Digámoslo entonces sin rodeo: Mises hace una caracterización innovadora de los mercados capitalistas, pero en ningún momento logra concretar esa seductora promesa de que ha encontrado la imposibilidad del socialismo.
Enfoquémonos primero en lo positivo. Mises hace una observación adecuada sobre un fenómeno del capitalismo, que, si yo tuviera que resumirlo para mandarlo en un tweet, sería algo como “Una economía capitalista permite la generación de precios de los bienes, los cuales sirven para planear la producción”. Esta frase algo árida es menos trivial de lo que parece, y necesita explicarse en más detalle.
Primero esta eso de “economía capitalista”, un sistema que para mi (y en mis palabras) tiene los siguientes seis elementos:
- Capitalismo: Cuando producimos algo, lo hacemos porque podemos lucrarnos (es decir, podemos hacer ganancias con la que nos podemos quedar).
- Propiedad privada: Las cosas que necesitamos para producir me pertenecen a mi o a otra persona, pero no al estado. En particular, al estado no le pertenecen absolutamente todos los bienes de producción.
- Libre mercado: cualquier par de personas tienen el derecho a intercambiar cualquier producto o cualquier medio de producción.
- Dinero: Existe una unidad de intercambio que es universal, es decir, que sirve para cualquier intercambio cobijado por el libre mercado.
- Competencia: cualquier persona tiene el derecho de tratar de producir cualquier producto.
- Empresario: persona que busca nuevas maneras de producir bienes, o busca producir nuevos productos.
Un par de anotaciones. La primera: Estos seis elementos puede que se traslapen o no, y puede que sean dependientes entre ellos o no. Uno podría tratar de pensar si puede existir Capitalismo sin Libre Mercado, o Empresarios sin Competencia. Esas son preguntas interesantes, pero sobre las que no trataré en esta entrada.
La segunda: Debe resultar claro que uno no puede decir si tal economía es capitalista o no, sino más bien que nivel de desarrollo tienen estos diferentes seis elementos. No existe ni ha existido jamás tal cosa como una economía “100% capitalista”.
En mi descripción de esos seis elementos de la economía capitalista uso con ligereza la palabra “personas”. Supongo que si estuviera escribiendo algo un poco más formal y no una entrada en un blog escribiría “agente económico” (ay! pero que aburrido suena eso), es decir cualquier individuo o grupo de individuos que produce o consume bienes de una economía. Aquí van diez ejemplos:
- Yo
- Tu
- Las otras 7,800 millones de personas en el mundo
- Los 1,500 millones de hogares en el mundo
- Las más de 300 millones de empresas que existen en el mundo
- El gobierno de Japón
- La gobernación de Cundinamarca en Colombia
- El Consejo de Southwark en Londres
- La organización para la reconstrucción de Notre Dame
- La fundación “Club Internacional de Personas Altas”
Cualquiera de estos individuos o agrupaciones de individuos son agentes consumidores cuando adquieren del mercado algún producto que quieren o necesitan (un tomate, un computador, un reactor nuclear). Muchos de estos agentes consumidores cumplen además un segundo rol, como agentes productores, supliendo al mercado de toda suerte de bienes (una radiografía, un semiconductor, una bolsa de café).
Aunque la taxonomía de los bienes que produce una economía puede ser bastante compleja, resulta extraordinariamente útil distinguirlos en base a cómo van a ser usados: están aquellos bienes que van a ser consumidos y por lo tanto su utilidad es terminal, y están aquellos otros que son usados dentro de la línea de producción de otros bienes o servicios. A los primeros se les llama bienes de consumo y a los segundos bienes capitales o de producción, aunque Mises los llama bienes de orden bajo y bienes de orden alto, respectivamente, una terminología que no me resulta para nada inapropiada.
Son bienes de consumo el café que me tomé esta mañana en Starbucks, una alfombra que compró el gobierno de Malta para adornar la oficina del Primer Ministro, y las llantas que compró la NASA para ponerle al “rover” que envió a Marte el año pasado. Son bienes de producción el programa de computador que utiliza un especialista de efectos visuales, las tijeras de un peluquero, y la nevera que tiene la tienda de mi barrio para poner las cervezas.
¿De dónde salen los precios?
Tenemos ya toda la terminología que necesitamos para entender la siguiente observación que hacía Mises sobre las economías capitalistas. Los consumidores saben bien las preferencias de los productos que quieren o necesitan, y pueden (hasta cierto punto) organizarlas, digamos, de mayor a menor. Por ejemplo, hace un par de semanas, cuando estaba buscando un protector de celular, yo tenia una mayor preferencia por el que era transparente que por otro que era dorado, y prefería a este por encima de otro que tenía una imagen de Sailor Moon. El mercado, con su capacidad de intercambiar productos libremente, transforma (y esta es la parte crucial) esas preferencias ordenadas de todos los consumidores en números que se llaman precios. Por ejemplo, los precios de los tres protectores de celular que vi la semana pasada eran £5.99, £4.50 y £7.15 respectivamente. De manera totalmente descentralizada, el mercado tomo las preferencias de todas las personas que buscan protectores de celulares y determinó que el precio de protector transparente es superior al horrible protector dorado, pero inferior al que tiene estampado una figura de comic para niños.
Dicho en palabras un poco más técnicas, el mercado toma para cada bien en la economía una colección de números ordinales (esto es, las preferencias de los consumidores que vienen dadas con números como “primero”, “tercero” o “séptimo”) en un único número cardinal que llamamos precio (5.99, 4.50, ó 7.15). Dicha transformación es extraordinaria y es uno de los aspectos que hace del mercado una maquinaria francamente excepcional.
Habiendo descrito esta transformación de preferencias en precios (que de hecho ya había presentado en su llibro de 1912 “La Teoría del Dinero y del Crédito”), Mises se enfoca en los bienes de producción. Su tesis central en el “El Cálculo Económico en la Comunidad Socialista” es que dichos bienes, al estar en manos privadas, también están sujetos a ser intercambiados en el mercado, y por lo tanto también pueden asociarse con un precio que refleja las preferencias de aquellos agentes económicos que los van a usar en sus propias líneas de producción.
La posibilidad de que los bienes de producción tengan precios es de absoluta importancia, porque lo que permite es tener la facilidad de hacer todo tipo de cálculos matemáticos con los cuáles se puede guiar la producción. El ejemplo que pone Mises es de la construcción de una nueva línea de tren: "¿Debería construirse? Y si así fuere, ¿cuál de todos los caminos concebibles debería ser construido?” Los precios de los medios de producción asociados a los diferentes caminos posibles pueden combinarse para obtener cálculos monetarios de los costos y beneficios de cada uno de ellos, y determinar que, por ejemplo, la ruta A es mejor que la ruta B, por requerir menos recursos o dar más altos beneficios. La posibilidad de hacer dicho cálculo aplica igualmente si uno quiere averiguar la mejor manera de producir lápices o telescopios espaciales.
Existen infinidad de formas de producir todos los bienes de una economía, pero a esa maraña demencial de posibilidades la logra destrabar el sistema de precios al reducir su complejidad. Poniéndolo en otras palabras, el sistema de precios ayuda a simplificar un problema que, en principio es insondable; vuelve finito un problema que es en principio infinito.
Cualquier cosa es posible (incluido el socialismo)
Lo que me gusta de la observación de Mises sobre el mercado es que es que la representa como una máquina de computación a la que se le suministran ciertas “entradas” y produce una cierta “salida”. Como tal, el mercado puede ser entonces estudiado como una tecnología a la que se le puede evaluar qué tan bien está funcionando, qué limitaciones tiene, y qué mejoras se le puede hacer. Mises es terriblemente descriptivo en cómo el mercado toma todas esas preferencias de los consumidores y las transforma en una serie de precios, un fenómeno complejísimo llamado “formación de precios” que requiere un modelaje matemático avanzado. Pero digamos que en líneas generales Mises es una referencia temprana de esta cuestión fundamental de nuestras sociedades, y merece un aplauso por ello.
Sin embargo, la ambición de Mises no era simplemente decir que era lo que el mercado hacía posible, sino más bien darle la vuelta al argumento y concluir que el socialismo era imposible.
Específicamente, lo que dice Mises es que en una sociedad socialista no es posible hacer ese “cálculo económico”, es decir, que no hay manera de reducir la complejidad de las diferentes variaciones de los procesos de producción mediante un sistema de precios. ¿La razón por la cuál no pueden existir esos precios? Cómo los medios de producción le pertenecen todos al estado, no existe la posibilidad de que estos sean sujetos a intercambio comercial, en una unidad monetaria universal, y por lo tanto no hay una formación de precios que reflejen su escases o su nivel de demanda. Fin del argumento.
El principio argumentativo de Mises es básicamente “la sociedad capitalista logra tal cosa, como el socialismo no es capitalismo concluimos que el socialismo no puede lograr dicha cosa”. Argumentar de esta manera es perfectamente incorrecto, tanto así que tiene su propio nombre en la clasificación de falacias lógicas: negación del antecedente. Si pasa A entonces pasará B, como no pasa A entonces no pasará B (si gano la lotería entonces me puedo volver millonario, si no me gano la lotería entonces no me puedo volver millonario).
Las falencias de negación del antecedente son comunes, creo yo, porque la primera sentencia (si pasa A entonces pasará B) es verdadera, y nos confunde que de algo que es verdadero se pueda desprender algo que sea falso. En el caso del ensayo de Mises, esa primera sentencia es una observación novedosa y de gran importancia sobre el mercado, y que además resulta sorprendente al caer uno en cuenta que aquello que “la sociedad capitalista logra” es ni más ni menos que resolver un problema de la tal complejidad que bien podría no tener solución. Lo dice explícitamente:
“La mente humana no puede orientarse adecuadamente entre la desconcertante masa de productos intermedios y potencialidades de producción sin [la ayuda de un cálculo económico]. Simplemente se quedaría perplejo ante los problemas de gestión y ubicación.”
Pero todas las falacias de negación del antecedente tienen en común que desconocen otras alternativas que conduzcan o expliquen un fenómeno (me puedo volver millonario con un trabajo muy lucrativo, con una herencia generosa, o apostando en los caballos, no solamente si gano la lotería). A ese problema tan complejo que es el de orientar la producción, Mises lo enfrenta con un par de posibles soluciones socialistas, y como estas no contemplan propiedad privada o intercambio de mercado, crea la ilusión de que ninguna solución socialista logra resolver aquel problema. Lo puede uno ver directamente en el ensayo, tan solo un par de frases después de la cita anterior:
“Tan pronto como se abandona la concepción de un precio monetario establecido libremente para los bienes de un orden superior [o sea los bienes de producción], la producción racional se vuelve completamente imposible. Cada paso que nos aleja de la propiedad privada de los medios de producción y del uso del dinero también nos aleja de la economía racional.”
Mises y muchos de sus seguidores, afirman sin ruborizarse que este argumento es la demostración de la imposibilidad del socialismo. Y que no quepa duda, ellos no es que estén usando esa palabra, “imposibilidad”, con la ligereza que uno la usa cuando dice, que se yo, “me fue imposible llamarte”. No, para ellos lo que se logró en “El Cálculo Económico en la Sociedad Socialista” es una demostración de tal imposibilidad como si tuviera la rigurosidad de un argumento matemático.
Hace un par de meses dediqué dos entradas de este blog a reflexionar precisamente sobre la cuestión de la imposibilidad, y de lo difícil que es establecer la imposibilidad de cualquier cosa. Ni siquiera en el reino de la física uno se puede atrever a decir que algo es imposible, al fin de cuentas lo único que tenemos son modelos de la realidad que no tienen la intención de ser universales, sino simplemente acomodar una serie de observaciones experimentales. Tratar de decir que algo es imposible en el mundo de las ciencias sociales es casi un chiste, porque ni siquiera los términos pueden definirse sin ambigüedad. No es entonces casualidad que cada vez que se rebatía el argumento de Mises, sus defensores movían un poco la cancha y redefinían que era lo que debía entenderse por “socialismo” o por “propiedad privada”.
No existe una sociedad 100% socialista, ni tampoco existe una sola manera de implementar un modo de producción socialista. Si Mises quería demostrar que el socialismo es imposible en realidad tendría que haber demostrado que del infinito número de posibles implementaciones, ninguna logra orientar la producción.
La “imposibilidad” del socialismo que plantea Mises me recuerda las “contradicciones” del capitalismo de las que hablaba Marx, aquellas que supuestamente son las que van a hacerlo colapsar desde adentro. Ambos planteamientos hacen pensar que de lo que están hablando es de abstracciones nítidas que encapsulan perfectamente las dinámicas sociales, en vez de reconocer que tan sólo son aproximaciones de primer orden, que tal vez pueden ser útiles, pero que no dejan de ser aproximaciones. Siempre me resultará incomprensible esa fascinación que manifiestan algunos economistas por parecer más rigurosos de lo que permite o necesita su campo de estudio, pero bueno, allá ellos.
Mises no demostró que el socialismo sea imposible, así que para decepción de algunos y entusiasmo de otros, debemos seguir afirmando que el socialismo es posible. Pero esta frase no debería causar grandes emociones, al fin y al cabo, afirmar que algo es posible es en realidad decir nada, porque cualquier cosa es posible.
Que Mises tuviera un argumento equivocado no significa que no haya habido repercusiones después de publicar su texto. Su contribución dio pie a que algunos socialistas se empezaran a preguntar si no habría algo técnico – no moral, ni político sino netamente técnico – que estaban olvidando y que deberían corregir de algún modo para logar el sueño socialista.
Comenzaba así el debate sobre el cálculo económico socialista.