
¡México no tiene segunda vuelta!
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Con ocasión de las elecciones en México el próximo primero de Julio, permítanme extender una invitación a todos mis amigos Colombianos: en vez de leer El Tiempo, El Espectador o Semana (o cualquier otro de los medios en Colombia) vayan a El Universal, Reforma o El Financiero (o cualquier otro de los medios en México) y lean algunas columnas seleccionadas al azar. Como yo, puede que ustedes no manejen fluidamente los detalles finos de la política azteca, pero les garantizo que van a lograr entender perfectamente todo el drama que se está viviendo allá. Con candidatos coloridos y mesiánicos, medios histéricos, y redes sociales atiborradas de fake news las elecciones allá parecen calcadas a las nuestras, y uno está en la obligación de reevaluar esa premisa que dice que los colombianos somos una raza particular en todo lo que hacemos.
Sin embargo tengo que señalar un punto fundamental de diferencia entre las dos elecciones (y tengo que hacerlo con signos de exclamación y en negrilla): ¡México no tiene segunda vuelta! No había caído en cuenta de esto sino hasta hace poco, y cuando lo hice reaccioné con la misma incredulidad de quien escucha que en algún lugar del mundo el telégrafo sigue siendo el eje central de las comunicaciones.
Todas las elecciones en nuestras democracias exhiben unas deficiencias terribles, pero aun así es posible separar aquellas que son malas de las que son perversas. Las de México, unas elecciones para un país de 128 millones de personas, implementada con sistema de pluralidad y decidida en una sola vuelta, definitivamente pertenecen al segundo grupo.
Como dije en entradas anteriores, existen muchos sistemas electorales posibles y cada uno toma una foto de las preferencias de los votantes. Cada foto es incompleta y tal vez para sorpresa de muchos, sus resultados pueden ser contradictorios entre sí. Ninguno de esos resultados es más correcto que otro, y solo reflejan la gran complejidad de tratar de reducir el amplio espectro de opiniones del pueblo a una decisión binaria.
En Colombia con la segunda vuelta al menos logramos tomar una foto complementaría del panorama político, y si bien esta es aún deficiente y llena de sus propios vicios, al menos obliga a políticos y electores a enfrentar dilemas que antes no habían considerado (¿o alguien se imaginó que el voto en blanco iba a terminar siendo el malo del paseo en estas elecciones?). El adagio aquel de que “en la primera vuelta se vota por el que uno quiere, y en la segunda por el que toca” es una estrategia simple y burda, pero que al menos evidencia un diminuto paso evolutivo en la manera como escogemos a nuestros gobernantes (diga usted, como pasar de ser un microbio anaeróbico a ser un microbio aeróbico).
En México ni siquiera tienen eso. Nuestros amigos al norte son víctimas de un sistema que ni siquiera les otorga la posibilidad de ver la realidad política con un segundo par de ojos. Están atrapados en un juego cruel en el que se proclama ganador quien logre aventajar al otro incluso por una ínfima diferencia, lo que desemboca en un ambiente cargado de tensión hasta el último momento y – lo que es peor – un resultado de legitimidad débil y cuestionada.
Estuve indagando por internet si acaso yo era el primero en lamentar este problema pero obviamente no lo soy: México lleva años dando tumbos sobre este tema, pero por una maraña de razones no ha logrado dar el brinco a un sistema “menos peor”. Sobre estas cuestiones escribiré en mi próxima entrada.
En Colombia nos resulta de lo más natural tener dos vueltas, como si lo lleváramos haciendo toda la vida y no tan sólo desde la constitución del 91, pero esto es algo de lo que debemos estar agradecidos, aunque sea con esa actitud mediocre de quien se da cuenta que todo podría haber sido peor. Porque si uno alza la cabeza y mira lo qué hay en otros países, se encuentra con ejemplos aún más macabros que el Mexicano, como el esperpento ese del colegio electoral de Estados Unidos, o el sistema británico de mayoría uninominal por circunscripción electoral.
Pero si uno sigue mirando se va a encontrar con que hay otros países en los que le han metido cabeza al asunto de las elecciones y han implementado sistemas alternativos que, si bien siguen siendo deficientes para organizar las democracias modernas, por lo menos denotan las ganas de tener algo mejor.
¿Podemos guiarnos de las experiencias de otros países para mejorar los sistemas con los que escogemos a nuestros gobernantes?