
Manipular las elecciones
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La noticia que ha tenido más cubrimiento este año en el mundo de la tecnología ha venido por cuenta de Facebook y su relación con la misteriosa firma Cambridge Analytica. El caso ha sido presentado en los medios británicos hasta el cansancio pero vale la pena volver a resumirlo: Cambridge Analytica, una consultora para temas electorales, logró acceder a la información del perfil de Facebook de más de 50 millones de personas con el fin de manipular las elecciones presidenciales de Estados Unidos del 2016. La información tan precisa que tenían de un universo tan amplio les permitía desarrollar campañas hechas a la medida de cada persona con el objetivo de influenciar su voto. Sobra decir que nadie había dado su consentimiento para que usaran información privada de esa manera y menos con el fin de influenciar la decisión de por quien votar.
Sin embargo, quién conozca el modelo de negocio de Facebook no se sorprenderá que la plataforma pueda ser usada de esa manera, al fin y al cabo la publicidad que ésta nos enseña a cada segundo es generada de manera automática a partir de nuestros “likes” y nuestros “posts”. Que algo así pueda ser usado para influenciar el voto es simplemente un corolario. El problema aquí fue que en teoría Cambridge Analytica accedió a información privada de una manera non-sancta, y cuando Facebook se dio cuenta del engaño en el 2015, no hizo nada contundente para frenar y reparar el boquete que los otros habían abierto en su base de datos.
El asunto ha escalado hasta el punto de que la semana pasada el CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, tuvo que comparecer ante el Congreso americano lo que ha dejado una larga estela de graciosos memes en internet y la sensación de que las redes sociales han sido usadas nuevamente en contra de los procesos democráticos. Y digo “nuevamente” porque llevamos ya más de año y medio con ese otro escándalo alrededor de la injerencia rusa para desestabilizar las mismas elecciones y en la que Facebook fue usado para bombardear con noticias falsas a grupos muy específicos de la población americana.
Pareciera entonces que estamos despertando a una nueva realidad, en la que un gigante corporativo tiene la capacidad, directa o indirecta, de influenciar el resultado de las elecciones. El alcance parece no tener fin, con reportes de que el mismo modus-operandi ha sido usado en Reino Unido alrededor de la cuestión del Brexit, en Kenia para manipular las elecciones de 2017 y por el PRI de México para influenciar las elecciones de este año.
El reto que representa Facebook a las elecciones es novedoso por el alcance global que tiene y la sofisticación para fabricar y distribuir con precisión laser mensajes hechos a la medida que logran influenciar la opinión del electorado. Pareciera que la pregunta de cómo controlar ese extraordinario poder no va a tener una solución sencilla, pero ya hay voces que han apuntado al problema aún más complejo y grave de cómo regular a toda la maraña que forman las redes sociales, para que estas no sigan matoneando los procesos electorales. El problema es enorme cuando uno reconoce que las empresas de tecnología que están detrás de todas estas plataformas no son simplemente start-ups de garage manejadas por chichos idealistas en hoodies sino más bien corporaciones valoradas en miles de millones de dolares y que están más interesadas en mantener la tendencia del precio de la acción que la de ayudar al prójimo. Los dias del “do no evil” de Sillicon Valley hace mucho tiempo que quedaron atrás.
Sin embargo creo que sería ingenuo decir que esto representa una ruptura total con la manera como hemos hecho las cosas hasta ahora. Todos los medios que usamos para distribuir información siempre han servido para amplificar contenidos que muchas veces están lejos de ser equilibrados y que al final del dia han terminado moviendo los resultados de las elecciones año tras año. Ahora, no es cuestión de volvernos paranóicos con este asunto, o de buscar teorías de conspiración en cada esquina. Es justo admitir que difundir información – bien sea producida por profesionales o simplemente entusiastas – tiene un efecto neto positivo sobre la sociedad. Pero sería peligroso ignorar que detrás de toda la maquinaria que usamos para conectarnos hay intereses particulares que se benefician al tener una manera tan eficiente de influir sobre el resultado de las elecciones.
No fueron Facebook, ni las cadenas de WhatsApp, ni los mensajes incendiarios de Twitter los que han venido a perturbar las elecciones sino las elecciones mismas las que siempre han sido frágiles ante los embates de los grandes comunicadores. Ya para las elecciones presidenciales americanas de 1828 los dos candidatos en disputa, Andrew Jackson y John Quincy Adams, se habían dado cuenta que la pelea no sólo se daba en la plaza sino también en los diarios y las gacetas. Apoyados de redes de informantes, ambos se dedicaron a desenterrerar todo tipo de rumores e historias controversiales que luego eran publicadas en las primeras páginas de los periodicos. De Jackson: qué había sido un general terriblemente cruel en la batalla de Nueva Orleans, qué su mujer vivía en bigamia con él, que no sabía ni ortografía. Y de Adams: que era un aristócrata, que no le importaba el pueblo, que le había obsequiado una chica americana como regalo al Zar de Rusia cuando este había sido embajador allá.
Después de la entrada que escribí la semana pasada en la que dije que no pienso votar en las próximas elecciones, varios amigos me han preguntado cuál es entonces la alternativa que yo propongo. Y aunque llevo ya un par de meses trabajando aquí en Londres con un grupo de personas que busca cambiar la manera como son escogidos los gobernantes, y que tengo una preferencia de cómo podría hacerse, quiero discutir primero cuáles son las deficiencias del sistema que usamos hoy en dia. Teniendo claridad de que es lo que está fallando ahora, tal vez podemos sugerir de manera más precisa mejoras en el diseño de esa tecnología social.
¿Podemos diseñar un sistema democrático para escoger a nuestros gobernantes que no sea suceptible a ser manipulado por las grandes plataformas de comunicación?