El número tabú

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A la cabeza de la lista de las cosas que no estoy dispuesto a estar divulgando por ahí seguramente está mi salario. Pero creo que estoy lejos de ser el único. Tema tabú por excelencia, ésta es una cuestión que nadie en sus cinco sentidos traería casualmente a la conversación, digamos, durante un almuerzo con amigos un domingo por la tarde, o a manera de romper el hielo con un desconocido al que nos acabaron de presentar en un evento de la oficina.

No, el salario es una cifra que guardamos celosamente de los otros, y más aún, que los otros esperan que guardemos de la misma manera. Son muy pocas las personas que me han confiado su número, y en todas las ocasiones han sido amigos muy cercanos, durante esas jornadas de terapia y reflexión sobre carrera y trabajo que todos necesitamos de vez en cuando. Por supuesto, nadie se va a atrever a preguntar a quemarropa por el número exacto, y tampoco nadie va a botar esa cifra sin haber intentado por lo menos indicarla de la manera más vaga posible. Recurrimos entonces al lenguaje impreciso (“me pagaban muy bien en el trabajo anterior”), a las comparaciones (“pero ahora estoy por debajo del mercado”) y sobretodo, a hablar en porcentajes (“y estoy buscando 15% más”). Así pues, el tema se va desenvolviendo de manera lenta, torpe y agonizante, bailando alrededor de la cifra sin tocarla, pero dando suficientes pistas al otro para que, con algún margen de error, pueda reconstruirla indirectamente.

Saber cuánto le están pagando al de al lado despierta algo de fascinación y morbo, sin embargo creo que saber donde estamos con respecto de los demás trasciende el mero chisme. Específicamente, creo que este carácter de altísima confidencialidad ayuda a perpetuar ese problema sin aparente solución que es el de la disparidad salarial entre hombres y mujeres. Para ver que este un problema real, basta abrir las páginas de los periódicos cualquier semana para encontrar que tal servicio de noticias paga a sus presentadores hombres bastante más que a sus presentadores mujeres, o que aquel banco reportó una brecha de 60% entre los salarios de sus empleados y sus empleadas.

Las raíces de este problema son complejísimos y están anclados en la disposición de roles que como sociedad preferimos para hombres y mujeres después del nacimiento de sus hijos. De ellos esperamos que vuelvan a la oficina después de un par de semanas de licencia, y de ellas que tomen un período largo (o que incluso renuncien por completo a su carrera profesional) para encargarse de la crianza.

Sin embargo, la opacidad con la que manejamos estas cifras ayuda a encubrir discrepancias más sutiles entre personas que tienen el mismo nivel de experiencia y responsabilidad. Si una mujer no tiene manera de saber cuánto le están pagando a un colega hombre que hace básicamente lo mismo ¿cómo se supone que pueda exigir una corrección de esta injusticia?

Por otra parte, saber el salario exacto de todas las otras personas que trabajan en nuestra organización puede que tampoco sea la solución, así como en general la sobreabundancia de información no necesariamente nos ayuda a tomar las mejores decisiones o ser más felices. Este es un punto que Dan Ariely, profesor de Psicología y Economía Conductual de la Universidad de Duke expone de manera maravillosa en una reciente columna de Wired Magazine. Para ilustrar su punto, Ariely pone como ejemplo el efecto negativo que puede tener el estar monitoreando continuamente el peso cuando uno está tratando de bajar peso. Su solución (maravillosa en mi opinión), es una báscula que no te da tu peso exacto (“78.2kg”) pero en cambio te dice si vas en la dirección correcta o no de tus objetivos (“estás muy bien”).

Creo que un servicio con las mismas características al de esta báscula sería ideal para ayudarnos a navegar las oscuras aguas de cómo está nuestro salario con respecto al de los demás. Me lo imagino como un servicio descentralizado a nivel nacional, que pudiera recoger una gran cantidad de información no relacional y traducirla en niveles genéricos contra los cuales compararnos. Ingresando información más o menos detallada de nuestra hoja de vida, y de lo que estamos haciendo en nuestro trabajo, esta plataforma la compararía con la de otros y te diría si tu salario corresponde a tus funciones. Brechas generalizadas y sistemáticas por género, o por cualquier otra característica que no sea relevante a nuestro trabajo, serían más fáciles de identificar y nos ayudarían a saber en que asiento del subibaja corporativo es que estamos.

La complejidad de construir una base de datos como la que necesita este sistema es enorme, y para que sea fiable tal vez necesitaría coordinarse por iniciativa del gobierno. Sin embargo, la buena noticia es que empiezan a verse soluciones que apuntan en esa dirección. El gobierno del Reino Unido recientemente ha exigido a las compañías grandes que empiecen a hacer público la brecha de lo que pagan a hombres y mujeres. Por supuesto, las cifras que han salido a la luz hasta el momento están un tanto precocidas y no conectan con la realidad del individuo, pero el ejercicio de poner sobre la mesa todas esta información ya arroja algo de luz en un tema más bien caracterizado por su falta de claridad.

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