Compadre mata al compadre

Corre la tesis de que la pila de asesinados que se alza en Colombia cada año se debe a nuestro carácter violento, a nuestro espíritu inflamable que hacemos estallar tal vez demasiadas veces a punta de aguardiente, chicha y guarapo. Aquel, encontró a su mujer siéndole infiel, y la mató a ella y a su amante. A ese otro lo cerró un taxista, lo que le hizo hervir tanto la sangre que en cuanto pudo alcanzarlo y enfrentarlo, no dudo en aplastar la cabeza del infractor con una cruceta que tenía a la mano. Esos dos eran amigos, pero borrachos se pusieron a pelear por si el América era mejor que el Nacional, y en un momento de locura el uno le asestó una puñalada mortal al corazón del otro.

Somos culturalmente violentos, dice aquella tesis. No respetamos la vida, no medimos nuestras acciones, no buscamos resolver nuestros conflictos mediante el dialogo. La violencia en Colombia surge espontáneamente, cuando nuestros impulsos primitivos y desbocados imprimen movimiento a nuestras manos, que empuñan machetes y pistolas.

La misma tesis presupone que la violencia en Colombia es una constante histórica, fruto de algún pecado original, y por eso deberíamos buscar en nuestros libros de historia el instante preciso en que la violencia fratricida se desparramó por todas partes. Tal vez fue cuando Juan Roa Sierra le disparó a Jorge Eliecer Gaitán. O cuando Rafael Uribe Uribe intentó tomarse Bucaramanga. O cuando los hermanos Morales le pidieron el florero a José Gonzales Llorente. Puede que incluso el problema venga de antes, después de todo ¿qué se puede esperar de los hijos del guerrero Caribe y el corsario español?

Son muchos quienes se suscriben a la tesis de la cultura de la violencia en Colombia, pero sin lugar a duda su campeón debe ser el ex–ministro de Defensa Luis Carlos Villegas (el mismo que subestimó en 30% los homicidios que habrían para 2018), quien afirmaba que la mayoría de los asesinatos de líderes sociales en las regiones se debían a “líos de faldas”. ¡Pero claro! Esos guaches quien sabe que era lo que estaban haciendo, caray.

Si es nuestra cultura la que explica por qué la tasa de homicidios en Colombia es cinco veces más alta que la del promedio del planeta, el problema en el fondo es uno de convivencia. Reformemos entonces nuestra educación para aprender a dialogar. Establezcamos más controles alrededor del trago, porque claramente somos los peores borrachos del planeta. Impongamos cursos de auto-control. Desarmemos nuestros corazones. Vayamos más a misa. Hagamos más yoga.

Intolerantes pero no asesinos

Todo lo anterior es un mito: Los más de 12 mil asesinatos que tiene Colombia al año no son la manifestación de una cultura de la violencia. Es tentador tomar la intolerancia generalizada que percibimos en los demás – la que nos aturde en el día a día – y extrapolarla para ofrecer a una explicación holística de la criminalidad homicida. Pero esta línea argumentativa carece de evidencia sólida, y se queda corta en responder muchas preguntas sobre la violencia en Colombia.

Lo primero que deberíamos hacer es ver qué nos dicen las cifras. De los 12,130 homicidios que reportó Medicina Legal el año pasado, ¿cuántos pueden atribuirse a nuestra cultura de violencia? La respuesta es terrible: No sabemos.

Enterrado en el informe Forensis del 2018, que prepara Medicina Legal cada año sobre violencia, aparece la siguiente perla sobre los homicidios en Colombia: “Más del 70% en el caso de los hombres y más del 60% en el de las mujeres no cuentan con información respecto a la circunstancia del hecho”.

De los casos para los que si tenemos información, sabemos que 1,400 personas murieron por violencia intrapersonal, 270 por violencia intrafamiliar, y 80 mujeres fueron víctimas de feminicidio. Discriminando por “actividad durante el hecho”, el reporte señala que en unos mil casos, el homicidio tuvo lugar durante “actividades relacionadas con la asistencia a eventos culturales, de entretenimiento y/o deportivos” (que es una manera muy elegante de decir “rumba dura en antros de mala muerte y/o meterse a buscar pelea en las barras bravas del estadio”).

Medicina Legal resume muchas veces su informe a los medios (que no se toman el trabajo de leerlo) diciendo que en el 42% de los casos las muertes se deben a violencia interpersonal, haciéndole pensar a la gente que son las riñas impulsivas las que explican buena parte de los homicidios en Colombia. Pero claro, es que es el 42% de los casos en los que tenemos información, que es solo una pequeña parte de la totalidad. Esta es una manera engañosa de presentar los números, y Medicina Legal haría un favor al país en ser claros sobre el tremendo vacío que tenemos en la información.

No resulta creíble pensar que las circunstancias detrás del 70% de homicidios sobre los que no tenemos información preservan la misma proporción del 30% de los casos para los que si la tenemos. Muy seguramente, los homicidios impulsivos y no premeditados son aquellos en los que el victimario comete errores visibles, que permiten a los investigadores esclarecer más fácilmente qué fue lo que pasó. Pero los asesinatos que quedan en el limbo deben tener un grado de refinamiento mínimo para poder quedar en la impunidad, un refinamiento que rara vez va a tener aquel que pierde la cabeza por un instante, y mata a su compadre por su cultura violenta.

Dos argumentos contra el mito de la cultura violenta

Es preocupante que este mito sobre la estructura de nuestra violencia esté tan arraigado, no solo entre los ciudadanos sino también entre el gobierno. Si un ministro de defensa es capaz de decir semejante barbaridad como la que dijo el Sr Villegas sin ruborizarse, ¿qué podemos esperar de sus propuestas para combatir de manera efectiva el homicidio?

Afortunadamente, los investigadores académicos no han caído en esa trampa, y desde hace por lo menos dos décadas estos han producido trabajos que cuestionan la narrativa simplista. Hay dos argumentos que he encontrado en los trabajos académicos y que son particularmente relevantes para rebatir el mito de la cultura violenta como el motor de los homicidios: su variabilidad a lo largo del tiempo, y su focalización espacial.

Si lo que nos pasa es que tenemos unos genes defectuoso que nos hacen violentos, o tenemos un apetito inusual por el asesinato, ¿cómo se explican los incrementos y caídas tan dramáticos que ha tenido la tasa de homicidios en los últimos 80 años? Incluso en una misma década se pueden encontrar variaciones de varios múltiplos, y eso contradice la posibilidad de que la violencia ha sido una constante histórica. ¿Acaso es que hay años en los que somos más irascibles y otros en los que somos más pacíficos?

Cuando hablamos de cultura estamos hablando de comportamientos que son sostenidos en el tiempo, y que no son fáciles de modificar. La única manera de cambiar dramáticamente la fibra intima de una sociedad de un año al otro es si se le somete a choques brutales en los que su supervivencia misma está en juego. Pero aunque en Colombia nos ha pasado de todo, aún no nos ha llegado el apocalipsis zombi que nos haya convertido a todos instantaneamente en potenciales asesinos.

Una serie de trabajos de investigación se han centrado en descomponer los indicadores de violencia del país en términos de variables socioeconómicas, como índices de pobreza, desigualdad, educación o eficacia de la justicia. Lo que arrojan estos estudios es que si hay condiciones externas se correlacionan con la violencia, y que incluso tienen un efecto causal. Las conclusiones de estos trabajos empíricos resultan algunas veces anti intuitivas porque no respaldan las creencias populares que tenemos, de que tal cosa importa más que tal otra a la hora de explicar la violencia. Sin embargo, son precisamente estas observaciones basadas en análisis objetivos las que deben formar las bases de nuestras políticas públicas para enfrentar el reto que tiene Colombia. En una próxima entrada estaré enfocándome en estos trabajos.

La variabilidad del homicidio a lo largo del tiempo contrasta con su distribución geográfica. Una y otra vez se ha establecido que los asesinatos se concentran en ciertos departamentos y en otros no. Y en los departamentos con más violencia, hay ciudades en los que hay ciudades y municipios con más homicidios que en otros. Y en las mismas ciudades, hay barrios que exhiben tasas de altísima de violencia, mientras que hay otros tan pacíficos como los que tendría cualquier ciudad nórdica.

Lo que esto demuestra es que la violencia no es impulsiva y difusa, con niveles homogéneos a lo largo de las regiones, sino que esta es focalizada e instrumental. Así pues, no podemos hablar de nosotros, los colombianos violentos que estamos a un insulto de distancia de añadir otro muerto a la lista de Medicina Legal, sino que tenemos que hablar de ellos, los asesinos que habitan entre nosotros.

¿Y entonces quiénes son los asesinos?

Buena esa, Sherlock

Por Colombia han desfilado el cartel de Medellín, el cartel de Cali, el cartel del Norte del Valle, el cartel de la Costa, las Autodefensas Unidas de Colombia, el Quintín Lame, el M-19, las FARC, el ELN, el EPL, el ERP, el MADO, el MAR, los Comandos Armados del Movimiento Independiente Revolucionario, el Ejercito Revolucionario Guevarista, los Pelusos, los Paisas, el Clan Úsuga, el Clan del Golfo, los Rastrojos, el ERPAC, el Bloque Meta, el Bloque Libertadores del Vichada, los Puntilleros, la Oficina de Envigado, las Aguilas Negras, y los Urabeños, entre otros.

Yo miro esta lista y me pregunto ¿no hay algo un tanto obvio de quienes podrán estar detrás de los números tan elevados de homicidios?

En un país en que las bandas de criminales usaron ya todos los acrónimos posibles para nombrar sus ejércitos, en que pareciera que cada departamento tiene su propio cartel y cada mando medio paramilitar abrió su propia sucursal, ¿creemos que es nuestro espíritu camorrero y nuestra intransigencia la que causa la avalancha anual de homicidios?¿Nos cuesta trabajo imaginar quienes son los que están causando las miles de muertes?¿Necesitamos de una gran teoría del todo basada en nuestra cultura para explicar la violencia en Colombia?

¿En serio?

Esta es la sexta entrada de mi serie sobre Violencia en Colombia:

  1. La semilla de la duda: el impacto del Acuerdo de las FARC sobre la violencia en Colombia
  2. Prediciendo la tragedia: predicciones de violencia en Colombia
  3. El acuerdo de "paz" que no trae paz
  4. Dos terroristas hablan en un bar
  5. Si Colombia fuera un país normal
  6. Compadre mata a Compadre
  7. La Comisión de Estudios sobre la Violencia: una teoría popular (pero incorrecta)
  8. El origen de la violencia: ¿pobreza, desigualdad o debilidad de la justicia?

 

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