
Carta a Laura
Londres, 8 Mayo de 2021
Querida Laura,
Dentro de los muchos gigabytes de información que habrán aparecido esta semana en mis pantallas sobre las protestas en Colombia, fue tu texto el que más me puso a pensar.
La escena que relatas brevemente me la imagino con detalle. Tu anuncias en la casa que vas a salir a una marcha; tus papás entran en pánico de que algo malo te pueda ocurrir. Tu les aseguras de que nada va a pasar porque es en Cedritos y en Cedritos nunca va a pasar nada; ellos te replican que todo se puede tornar violento, y más cuando la policía está desbocada en su represión hacia los manifestantes. Tu argumentas con vehemencia sobre la importancia de protestar por lo que está pasando en Colombia; ellos te dan toda la razón, incluso están de acuerdo con el paro, pero te dicen que les vas a provocar un infarto si sales por esa puerta y caes en la mitad de quién sabe que desmadre. Tu finalmente concedes que no vas a ir para no darles ese susto, pero al hacerlo se quiebra algo en tu interior; ellos respiran aliviados de haber evitado tener que jugar a los dados con los dioses del infortunio - al menos por otro día más.
Como ustedes son familia cercana, el episodio me conmueve, y siento gran empatía tanto contigo como con tus papás. Sin embargo, más allá de esa congoja, y como dije antes, fue tu reflexión posterior la que me arrojo a una cadena de pensamientos, porque en el corazón de lo que escribes planteas sin hacerlo explicito una pregunta fundamental: ¿Qué debería hacer yo? Si estudiar una carrera, dedicarte a la docencia, tener consciencia de comunidad, y tratar de hacerte oír pareciera no mover un ápice la realidad convulsionada, ¿Qué deberías hacer tu?
Serán pocos los que aún pueden mantenerse impávidos ante la implosión que sufre Colombia en cámara lenta. Claro, en qué consiste dicha implosión lo describe cada uno de acuerdo a su propio modelo mental del país, y lo único en que estamos de acuerdo todos es en intuir que los que están en el otro bando son precisamente los causantes de la calamidad. Pero independiente de esto, a todos se nos plantea la cuestión de cómo actuar ante eventos que van mucho más allá de nuestro control y comprensión. Esa pregunta es por lo tanto universal, así como lo es el sentimiento de frustración que la acompaña, por la impotencia de no poder siquiera arañar la corteza de esta realidad.
En 1967, Noam Chomsky publicó un celebre ensayo titulado "La Responsabilidad de los Intelectuales", a manera de reflexión sobre el papel qué jugaban estos ante los grandes acontecimientos sociales. Eran los días de la Guerra de Vietnam y Chomsky ya se había posicionado como un férreo crítico de las acciones de Estados Unidos en el Sudeste Asiático. Su conclusión es que el intelectual tenía al menos tres responsabilidades específicas: (1) Decir la verdad y denunciar las mentiras; (2) proveer a la discusión de un contexto histórico; y (3) levantar el velo de la ideología, esa camisa de fuerza que restringe el debate.
Qué tan bien ha envejecido el ensayo de Chomsky es algo que no me queda muy claro, en particular porque en estos días el apelativo aquel de "intelectual" le debe resultar antipático incluso a los mismos intelectuales. Es fácil imaginar hace cincuenta años a una casta de hombres blancos en universidades Norteamericanas y Europeas, en quienes la sociedad había depositado el arduo trabajo de pensar sobre los problemas de la humanidad. Chomsky era un espécimen particularmente representativo de este grupo, siendo profesor de M.I.T. y desde cuyo púlpito podía amplificar un mensaje que no podía ignorarse fácilmente.
Hoy las cosas son bien diferentes. Primero, porque son muchas más las personas que cuentan con algún tipo de estudio universitario, lo que hace recalibrar la relación que hay entre la masa y aquellos cuyo único trabajo consiste en pensar - "al fin y al cabo yo también pasé años haciendo algo parecido", dirá más de uno. Y segundo, porque los canales de comunicación que tenemos hoy en día no privilegian en lo más mínimo a aquellos que están sentados en las universidades, sino a aquellos que tengan más audiencia en YouTube e Instagram.
Todo esto para decir simplemente que la responsabilidad de la que habla Chomsky, y que el adjudicaba a una "minoría privilegiada", debe difuminarse hoy más extensamente. Esta es una sociedad en la que - para bien o para mal - todos nos creemos intelectuales, todos tenemos muchas opiniones, y todos tenemos acceso a grandes megáfonos. Por supuesto, me encantaría que el tamaño del megáfono no fuera necesariamente proporcional a lo atractivo que puedas esculpir tu presencia en redes, pero bueno, eso es lo que hay.
De las recomendaciones que hace Chomsky, ¿hay alguna que resuene en ti? Tu, como historiadora y profesora de colegio, podrás tal vez modificar un poco la intención original de sus observaciones y aplicarlas a tu contexto. Chomsky le hablaba a los intelectuales que se rendían al poder, y que trabajaban para la Casa Blanca o para la RAND Corporation, pero tal vez sea posible reimaginar cómo y a quienes es que tienes que decir la verdad, a quienes tienes que proveer de un contexto histórico, y a quienes tienes que ayudar a levantar el velo de la ideología.
Para mi, estas ideas de cómo actuar son útiles - pero solo hasta cierto punto. Me explico. No soy reduccionista, pero sí creo que es particularmente útil construir un sistema con el que pueda especificar eso que trato de entender. Según Borges, "un sistema no es más que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera de sus aspectos", y en el caso de Colombia, ese aspecto es para mi su violencia. Su violencia infinita, sempiterna, camaleónica, barbárica, desequilibrada, aterradora, horrífica, medieval, desbordada, inexplicable, imparable, si me permites adjetivarla. Su hijueputa violencia, si me permites ser más exacto.
Y lo que hemos visto en las últimas dos semanas es un carnaval de violencia con multitud de representaciones, y que cubren todo un espectro: Los vidrios rotos, los almacenes saqueados, los buses incendiados, las pedreas, la destrucción de los CAI, los ataques con cuchillo a los del ESMAD, la turba enfurecida linchando a un policía, los cien agentes del orden heridos, aquel de ellos que fue asesinado.
Pero en una categoría completamente diferente esta la brutalidad policial - el término técnico correcto que se usa para describir todo abuso cometido por las fuerzas del orden. La brutalidad policial no nos la inventamos en Colombia y ni siquiera seremos el país en el que se cometan la mayor cantidad de esos crimenes. Pero su incremento en los últimos años, y que precisamente se intensifique alrededor de las protestas sociales, anuncia una pesadilla en la cual muchos no queremos entrar.
No importa si estás en los avanzados países nórdicos, o en los pobrísimos de África Sub-Sahariana, siempre te vas a encontrar con brutalidad policial - es un fenómeno que surge casi naturalmente al crear una institución con los poderes que ellos tienen. ¿Por qué se nos ocurriría que en Colombia estamos entonces exentos de ese tipo particular de violencia? ¿Y más cuando tenemos un largo historial de horrores cometidos desde las fuerzas de seguridad? Por poner solo un ejemplo: El 9 de Junio de 1954 una marcha gigantesca de estudiantes por el centro de Bogotá se topó de frente con un batallón del ejercito que abrió fuego hacia los manifestantes. Hubo trece muertos, algo que era impensable que fuera a pasar pero que pasó. Mi tío Pepe - el hermano de tu abuelo Álvaro - estaba en una de las primeras filas de la marcha y fácilmente pudo haber sido una de las fatalidades de ese día. Los temores de mi prima a que salieras a la marcha no eran pues descabellados.
Si no podemos atajar la brutalidad policial ahora que llevamos unos 50+ homicidios acumulados durante las protestas del último año y medio, no es ridículo pensar que al cabo de unos pocos años lleguemos al mismo nivel de barbarie desplegado durante las protestas de la Plaza Tahir en El Cairo en 2011 (800+ homicidios) o en las de Iraq en 2019 (600+ homicidios). ¿Es allá donde queremos llegar?
Limitado por mis capacidades, la mejor lectura que yo he podido darle a la realidad en Colombia esta enmarcada en su violencia. Armado de este sistema vuelvo a los argumentos de Chomsky y concluyo que tal vez voy en el camino correcto de lo que debo hacer. He leído y he escrito sobre ella, y está constantemente en mis pensamientos. Tal vez si lo sigo haciendo por varias décadas más lograré decirle esa verdad de manera más efectiva a quienes ostentan algún tipo de poder. Quién sabe.
Pero me queda un vacío. ¿Acaso no hay algo más que deba hacer? La falta de acción más contundente en estas recomendaciones a los intelectuales me resulta insuficiente. Mi presencia en una protesta es insignificante, pero tal vez luzca gigantesca comparado con dos mil palabras que pueda escribir sobre el tema de la violencia en una esquina remota de internet. Sobre este tema de la relación entre nuestro activismo virtual y los cambios genuinos que se logran en la sociedad, he encontrado el libro "Twitter y Gas Lacrimógeno" particularmente relevante. El punto que hace Zeynep Tufekci es que alrededor de los movimientos que buscan cambios sociales se deben distinguir dos elementos que se entremezclan pero son esencialmente diferentes: La "capacidad" y la "señal". La capacidad encierra la narrativa de la problemática y los cambios legislativos específicos que se buscan lograr. Las protestas, en la calle o en las redes, son las señales de esa capacidad. Pero ya intuirás para donde va esto: Las señales tan solo son ruido si estas no provienen de un conjunto de capacidades bien estructuradas. O poniéndolo en otras palabras, si no hay una organización seria y jerarquizada que impulse la construcción de esa capacidad, lo que terminas teniendo son esos ejercicios extraños como fueron Occupy Wall Street que quedaron perdidos en la irrelevancia.
No creo que sea suficiente entonces simplemente reflexionar sobre los problemas del país y lograr tener una visión balanceada de la problemática. Tampoco parece que sea suficiente estructurar tus pensamientos y debatirlos con algunos amigos y conocidos. Ni siquiera es suficiente salir a las calles y protestar, como quisiste hacer esta semana o como lo hizo Pepe en el '54. Es indispensable organizarse, o más exactamente, vincularse activamente a una organización que pueda articular esa capacidad de la que habla Tufkci y que refleje tu conjunto de valores y creencias - tu sistema.
Hay varias organizaciones que se enfocan en temas de violencia en Colombia. Amnistía Internacional es una que encuentro particularmente efectiva y a ellos llevo haciendo donaciones mensuales por varios años. Sin embargo, cómo poder involucrarme más, es algo que aún no he resuelto. Si llegas a tener ideas de como hacerlo, por favor házmelas saber. Tal vez hablando entre primos, tíos, sobrinos y amigos logramos encontrar una respuesta más satisfactoria a la pregunta de qué es lo que debemos hacer.
Te acompaño en tu sentimiento de desolación y tristeza. Las cosas no están bien y sabes que miento cuando te digo que pronto van a mejorar. Nuestras acciones individuales son intrascendentes y pareciera que no afectan la realidad en la que estamos sumergidos. Hay ruido por todas partes y al menos yo tengo la fuerte sensación de que lo que digo no va a ser escuchado por nadie. Es a ese panorama tan gris al que el aforismo de Gramsci le imprime luz y color: "Debes ser pesimista de intelecto, pero optimista de voluntad".
Te mando a ti y a tu familia todo mi amor.
Ricardo